lunes, 2 de febrero de 2015

La democracia estereotipada. Escribe. Lic. Gabriel Negri (*)





El aserto de asociar democracia con el estricto cumplimiento de los deseos, aspiraciones y voluntades políticas de los ciudadanos, es quizás uno de los estereotipos de más larga duración en la construcción de la opinión pública. Cuando se vulneran las aspiraciones del electorado y los funcionarios públicos se convierten en personajes extraterritoriales, se instala un estado de opinión dominante que denuncia el carácter artificial de la democracia y del sistema representativo. A la democracia y al gobierno representativo se los presenta como dos caras de una misma moneda. Se olvida que si bien la democracia “es un sistema de derechos positivos, no genera automáticamente las condiciones requeridas para el ejercicio efectivo de esos derechos” (Przeworski, 1998, p.35).

Así el poder “se ejerce fundamentalmente construyendo significados en la mente humana mediante los procesos de comunicación que tienen lugar en las redes multimedia globales-locales de comunicación de masas” (Castells, 2010, p.35). En este contexto, los medios promueven relatos tautológicos y visiones estereotipadas de la realidad. Aunque, en términos de Castells, las relaciones de poder siempre son específicas para una configuración determinada de actores e instituciones.

Una de las claves es comprender que “ya no se trata solamente del , del cual se comenzó a hablar en el siglo XIX. Se trata de un desarrollo nuevo, intenso y generalizado, abarcador y predominante de los medios en el ámbito de todo lo que se refiere a la política. Un predominio que desafía a los clásicos poderes legislativo, ejecutivo y judicial, así como a los partidos, a los sindicatos, a los movimientos sociales y a las corrientes de opinión pública” (Ianni, 2004: p.2).

El desafío es analizar qué rol juegan los estereotipos sobre la mirada que la ciudadanía construye respecto de las formas de gobierno y de qué manera influye tal estado de cosas en la relación que existe entre las preferencias populares y las decisiones de los representantes (Nardacchione, 2005).

Estereotipos: ayer y hoy

Desde los estudios pioneros de Walter Lippmann, donde los estereotipos son imágenes de nuestra mente que favorecen la eficacia de los procesos de opinión, pasando por los estudios de Adorno sobre los judíos en Estados Unidos, hasta llegar a los ensayos de representaciones sociales de Serge Moscovici, podemos decir que los estereotipos “nos permiten encasillar, tipificar fácilmente a todo el mundo” (Rodrigo Alsina, 1996: p.52). Hay quienes prefieren la noción de representación social que a diferencia de los estereotipos no posee connotaciones negativas.

Sin embargo, “las ciencias sociales tienden actualmente a desplazar la cuestión hacia el uso que se hace de los estereotipos. Ya no se trata de “considerar a los estereotipos como correctos o incorrectos, sino como útiles o nocivos” (Amossy, Ruth, Herschberg Pierrot, Anne. 2011, p. 43). Para estos autores la multiplicidad de los enfoques enumerados no debe ocultar su común denominador: la concepción del estereotipo como factor de tensión y de disenso en las relaciones intercomunitarias e interpersonales.
En este segmento de utilidad-nocividad de los estereotipos, hacemos especial énfasis en la cuestión de la democracia como forma de gobierno. ¿Cómo ciudadanos, qué entendemos por democracia? El concepto de democracia circula en el imaginario colectivo como una idea cercana al gobierno del pueblo, donde los representantes toman las inquietudes de la sociedad y vuelven a representar esos intereses frente a los poderes públicos, privados y grupos de presión.

En gran parte de América Latina, la democracia no ha gozado de una buena prensa, por decirlo de algún modo. Rasgo entendible si tenemos en cuenta que la recuperación de las democracias en la región “no condujo a que los países alcanzaran tasas aceptables de desarrollo económico y de equidad en la distribución del producto social” (Ozlak, 2007, p.49). La apatía, la anomia, la desilusión y el desencanto de la población, con picos de entusiasmos cifrados en la esperanza de un bienestar mejor, han sido los rasgos de la expectativa sobre la democracia como forma de gobierno.

Es justo reconocer que la tendencia tiende a revertirse en países de la región a partir de una revalorización del Estado que le ha dado sustentabilidad a la democracia, porque en definitiva “un Estado fuerte no tiene nada de necesariamente antidemocrático” (Strasser, 1999, p.107). ¿Acaso puede suceder que la democracia no resulte después de todo, la mejor forma de gobierno? ¿O la cuestión es más sencilla y en verdad las formas de gobiernos con régimen de distintos tipos, entre ellos la democracia?

Males – Entendidos

Wollin (1983, p.75) afirma que “el poder depende en buena medida de una acumulación histórica de disposiciones”. Descartada la idea de un tratado sobre la historia de la democracia, basta recordar que los griegos vivieron en alguna medida formas de democracias directas, a pesar de que no llegaba a la totalidad de la población, donde el núcleo central era la soberanía popular. Luego vino la democracia representativa, de carácter indirecta, con sus aristas más salientes de libertades, garantías y derechos individuales ordenados en una constitución.

Repasemos la cuestión. La génesis del gobierno representativo tiende a plasmar un gobierno de elites habilitados por medio de elecciones, para manejar la cosa pública, los asuntos públicos. La democracia se convierte en un método y no un fin en sí mismo. Schumpeter (1963, p.239) concibe a la democracia como un sistema institucional, que llega a decisiones políticas, en el cual los individuos adquieren el poder de impulsar esas decisiones al término de una lucha competitiva por los votos del pueblo. El objetivo de la democracia es sólo conseguir un orden institucional al igual que el mercado, en el que los distintos grupos y personas compiten para ganarse el voto de los electores, de los consumidores políticos. Se desprende que la radicalización de las expectativas ciudadanas o una participación excesiva desestabilizan el sistema, lo hace ingobernable, es la llamada inflación de las demandas sociales.

Aquí nos debemos un paréntesis para advertir sobre una idea que llevó a distinguir la democracia representativa de la directa y donde ambos regímenes aparecen como variantes de la democracia.

Si hablamos de la democracia directa, sus principios se basan en la autonomía del pueblo. Pero como bien señala  el “gobierno representativo preserva una distancia de los representantes”. Manin (2005, p.52).

Para Strasser (1995, p.34), en la actualidad se llama democracias a lo que “en rigor son gobiernos mixtos en estados de derecho o al revés, estados de derechos con gobiernos mixtos”. Su tesis expone que en la democracia de hoy conviven y se combinan con las formas democráticas mismas otros regímenes políticos. Es el gobierno mixto, un régimen político mixto de gobierno del Estado. ¿Cuáles son los otros regímenes? La oligarquía, la burocracia, la tecnocracia, la partidocracia y el corporativismo. Observa que la ventaja de la democracia reside en el plano constitucional como en el de la opinión pública o imaginario o sentido común, que es considerado como un régimen legítimo. Así la democracia de representativa se ha convertido en representada. Su objeto no es tanto el autogobierno, ni siquiera indirecto, cuanto la constitucionalización y puesta en vigencia de las libertades, los derechos y las garantías relativos a los ciudadanos y, en general, a los habitantes del país”.

La crítica a la representación puede rastrearse en los prolongados caminos de la historia. Por ejemplo, Rousseau era partidario de una aristocracia electiva al tiempo que marca la imposibilidad de un Estado democrático. ¿Por qué? Porque el gobierno es la administración y por lo tanto, es imposible que el pueblo pueda administrar. Pero, dice Rousseau, aún si esto fuera posible, sería inconveniente, porque la voluntad general no se ocupa de casos particulares. El hombre de Rousseau no es el animal político, es el hombre que solo vive feliz. Rousseau critica el sistema representativo pero sugiere que es importante la tarea del legislador ya que el pueblo quiere siempre el bien, pero no sabe cómo. El gobierno para Rousseau, no es una cuestión de muchos, aunque admite que el pueblo pueda participar en, por ejemplo, la elección del rey. Es oportuno subrayar que “a excepción de la crítica de la representación, las propuestas institucionales de Rousseau han sido tratadas como curiosidades periféricas” (Manin, 2005, p.52).

En el siglo XVIII aparece en EEUU la posición de los llamados federalistas, quienes se impusieron ideológicamente al momento de sancionar la Constitución. El gobierno cumple el mandato del pueblo y se vincula a diario con la publics views (opinión pública). Pero la Declaración de Independencia de los EEUU no fue “como lo supusieron a menudo las generaciones posteriores, construcciones abstractas e ideales sin base en la experiencia, sino una recapitulación de casi cien años de práctica, aunque todas las nociones del tal cuerpo político fueron desafiadas a lo largo de la década de 1780 por un movimiento en que confluían las clases sociales más altas y los intereses económicos más poderosos. Ese movimiento produjo la Constitución con su muy diferente concepción de la colectividad y el poder” (Wollin, 1983, p.78). En este país “el secreto ha enmarcado las deliberaciones del Congreso Continental, así como aquellas de la Convención de Filadelfia. El primer Senado elegido de acuerdo con la nueva Constitución, decidió al comienzo que sus debates fueran secretos, pero esta práctica fue abandonada después de cuatro años. En Francia, los estados generales optaron en sus primeras sesiones por darles a ésta carácter público y las deliberaciones de las asambleas revolucionarias se desarrollaron ante un auditorio” (Manin, 1992, p.15).

En el siglo XX ya no estamos en presencia de la sociedad de masas, sino de la sociedad de medios, que en realidad no son medios, sino fines. En la opinión de Sartori (1993), señalado como el inventor del término video-política, la democracia representativa ya no se caracteriza por el gobierno del saber sino por el gobierno de la opinión. “Lo que equivale a decir que a la democracia representativa le es suficiente, para existir y funcionar, que el público tenga opiniones suyas, nada más, pero, atención, nada menos” (Sartori,1993, p.70). El politólogo italiano también ensaya su definición de opinión pública delimitada a la cosa (res) pública. “Una opinión se denomina pública, por lo tanto, cuando se dan conjuntamente dos características: la difusión entre lo públicos y la referencia a la cosa pública” (Sartori, 1999, p.170).

Desde una mirada liberal no es que haya un nexo forzado entre democracia y opinión pública, sino que esa ligazón se debe a que “la primera es el fundamento esencial operativo de la segunda. Cuando afirmamos que la democracia se basa en la soberanía popular indicamos únicamente, o sobre todo, su principio de legitimación. Queda el hecho de que un soberano vacío, un soberano que no sabe y no dice, es un soberano de nada, un rey de copas. Para ser del algún modo soberano el pueblo debe, por lo tanto, poseer y expresar un ; y la opinión pública es precisamente el contenido que proporciona sustancia y operatividad a la soberanía popular” (Sartori, 1999, p.172).

Pero a propósito de la irrupción de los medios, un cosas es la opinión pública y otra bien distinta son los estados de opinión dominante instalados por los medios como criterios de verdad. No debemos olvidar que la opinión pública puede ser una construcción artificial pero al mismo tiempo las sociedades son capaces de construir sus propios consensos. Como bien señala Robert Darnton (2008), aunque su análisis está situado en el estado de la opinión pública en la Francia pre revolucionaria, la opinión pública es un conjunto de prácticas sociales efectivas y escenarios e instituciones concretas.

También se habla de democracia deliberativa, término definido por Joseph Bessette, que hace referencia a un modelo normativo que pretende actuar a modo de complemento de la llamada democracia representativa. Habermas adhiere a esta noción como una forma de continuar su idea de la acción comunicativa en el orden institucional. A renglón seguido, la democracia depende de procedimientos y de las instancias comunicativas que institucionalizan el discurso público. Así, argumentan sus defensores, se da una topología del espacio público (Muraro) donde los políticos, técnicos y opinión pública interactúan como actores destacados del orden democrático.

El modelo deliberativo “puede ser visto, desde el mundo de la política, como una reacción en clave reformista a la crisis de la democracia liberal y, desde el ámbito académico, como una respuesta ante la insatisfacción generada por las teorías economicistas y elitistas hegemónicas durante gran parte del siglo XX que pretendían describir fielmente el funcionamiento de las democracias” (Velasco, 1983; p.75). En el marco de esta misma idea, detectamos una instancia comunicativa ya que los ciudadanos que deliberan necesitan dar a conocer sus opiniones, sus ideas. Así “los defensores de la democracia deliberativa sostienen que la deliberación no solo es el procedimiento que otorga mayor legitimidad, sino que también es el que mejor asegura la promoción del bien común” (Velasco, p.76). De igual modo, la “diferencia entre la representación y autogobierno del pueblo no se vincula con la existencia de un cuerpo de representantes sino con la ausencia de mandatos imperativos” (Manin, 1992; p.13).

Reflexiones finales

En conclusión, puede resultar aceptable la idea que la humanidad nunca conoció la democracia, ni siquiera los griegos y que el concepto tenga más que ver con una rendición de cuentas (accountability): la idea que los funcionarios deban responder ante una autoridad externa por sus conductas en el ejercicio de la función pública.

De manera hipotética, bien pudiéramos aceptar que estamos en presencia de estados de derecho con gobiernos mixtos, un régimen mixto de gobierno del estado que convive con otros regímenes como la burocracia, la tecnocracia, la partidocracia y el corporativismo. La clase política no tiene más que ganarse la opinión y el voto del electorado, de los ciudadanos. Los políticos toman nuestro lugar en un contexto donde predomina la volatilidad del electorado, donde se votan imágenes. Y esto va más allá de la educación, porque más educación no se traduce en una mejor elección de la oferta electoral. Estamos en presencia de votantes oculares, que saben más por ver que por conocer, sumado al quiebre de las identidades políticas duraderas

No siempre fue un camino fértil pensar nuevas formas de gobierno. Con el auge de la democracia, especialmente en gran parte de América Latina, las críticas resultaban imposibles porque lo habitual era estigmatizar a quien formulase las críticas como partidario de la dictadura militar. La secuela dictatorial era muy fuerte debido, entre otras cosas, a una larga tradición autoritaria en la Argentina que logró solidificar un estigma sobre el “distinto” y no hablamos de estigma en el sentido griego, como referencia a signos corporales intentando exhibir algo mal o en el estigma de la primera etapa del cristianismo, -en alusión metafórica a los signos corporales de la gracia divina, sino al sentido actual para designar preferentemente al mal en sí mismo (Goffman, 1963; p. 11).

La excepción no confirma la regla, por el contrario, puede refutarla, ponerla en tela de juicio. La excepción bien pudieran ser el gobierno de opinión, y el gobierno de la opinión no necesita, en muchos casos, de las estructuras partidarias clásicas. Berlusconi, en Italia, Collor de Melo, en Brasil son algunos de los ejemplos. ¿Los gobiernos de opinión y con base en grandes corporaciones podrán cambiar las reglas del juego?

La democracia no solo está estereotipada por los medios, sino por los ciudadanos que construyen la percepción de un objeto a partir de las fuentes de información que reciben. Pero a los ciudadanos les cabe un grado de responsabilidad, mínima se dirá, pero un grado de responsabilidad al fin. En algunos casos la percepción está en sintonía con la del resto de la sociedad más allá de las adhesiones partidarias y preferencias periodísticas. En otros, hay una disrupción respecto de los significados de un acontecimiento.

En la mayoría de los casos, no hay una espontaneidad en los procesos políticos, más bien responden a procesos de construcción mediática entre los actores del espacio público en función de los medios y de las agendas que las alianzas establecen. Por lo tanto, el representante, el concejal, diputado o senador, asume un nuevo rol: relevar los problemas de la sociedad, llevarlo al espacio público preferentemente a través de los medios y tratar que prevalezca en la construcción de la agenda política.

Es altamente probable el aserto de que la personas votan imágenes, argumento que refuerza aún más este aspecto donde el representante no es ya el portavoz, quien vuelve a representar los derechos de la ciudadanía, sino un representante autorreferencial y atado a las lógicas de su partido y de los grupos de presión que lo sostienen. ¿Aunque por otra vía, volvemos a regímenes elitistas, de rasgos feudales?

Un ejemplo evidente: el gobernador de la provincia de Buenos Aires impulsó durante el 2011 una ley de promoción del hábitat popular por el cual los barrios cerrados, los countries y cementerios privados deberían ceder un 10% de sus terrenos, en ese lugar, en otros o su equivalente en pesos, para que los municipios puedan construir viviendas sociales. Franciso de Nárvaez, diputado del bloque Unión Celeste y Blanca, rechazó la iniciativa porque consideraba un avasallamiento del Estado sobre la propiedad privada. Los buscadores virtuales pueden tener la respuesta si nos aventuramos a un clic con de Narváez para llegar al sitio de emprendimientos inmobiliarios. Habermas lo llama interés privado disfrazado de interés público.

No hace falta una sutil taxonomía social para aseverar que “la discusión deliberativa no tiene lugar en el parlamente que permanece dominado por la disciplina del voto”. (Manin, p.39). Es cierto que la sociedad se vale de otros mecanismos para crear sus propios consensos más allá de las alianzas volátiles entre los medios, los periodistas y los ciudadanos.

No hay duda de que “los periodistas no inventan en su totalidad los problemas de que hablan; incluso pueden llegar a pensar, no sin razón, que contribuyen a hacerlos conocer y a incorporarlos, como suele decirse, al . Sería ingenuo quedarse en esa constatación. No todos los malestares son igualmente , y los que lo son sufren inevitablemente una cierta cantidad de deformaciones desde el momento en que los medios los abordan, puesto que, lejos de limitarse a registrarlos, el trabajo periodístico los somete a un verdadero trabajo de construcción que depende en gran medida de los intereses propios de ese sector de actividad”. (Champagne, 2000; p. 1-2).

Si retomamos la idea inicial de los estereotipos útiles y nocivos, no hay duda que consolidar una versión estereotipada de la democracia ha sido de utilidad por su asociación a determindas cuotas de libertad y goce efectivos de derechos. De la nocividad, podemos decir que es evidente, porque ni la democracia, ni los sistemas de representación pueden asociarse a una estricta voluntad popular, al deseo y a las aspiraciones de todos.
Se corre el riesgo de un desprecio creciente hacia a la democracia como forma de gobierno, al igual que los griegos, pero en sentido contrario No ya por representar el gobiernos de los muchos, sino por representar al gobierno de un pocos que alteran las decisiones y la agenda de acuerdo a los intereses particulares, disfrazándolos de intereses públicos.

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(*) Profesor Adjunto Cátedra Opinión Pública 1. Integrante del Centro de Investigación y Capacitación en Estudios de Opinión Pública.